diciembre 07, 2011

Reseña: In Time (El Precio del Mañana)

Es común escuchar frases como "El Tiempo es dinero", y ese parece haber sido el punto de partida de Andrew Niccol para escribir la historia de su más reciente película, In Time (El Precio del Mañana). Niccol se ha convertido en una de las voces más distintivas dentro del cine norteamericano por su peculiar acercamiento humanista a una temática de ciencia ficción.

Desde el estreno de Gattaca (Gattaca: Experimento Genético) en 1997, Niccol ha dirigido apenas un par de películas más (Sim0ne, Lord of War [El Señor de la Guerra]) y escrito otro par para otros directores (The Truman Show [Truman Show: Historia de una Vida], The Terminal [La Terminal]), presumiblemente por su renuencia a comprometer sus historias a los caprichos de estudios y productores.

El resultado es una filmografía breve y un tanto irregular, pero distintivano se puede negar que con cada uno de sus proyectos éste inusual director ha tenido algo que expresar y lo ha hecho en sus propios términos. En un futuro no tan distante, la ciencia ha avanzado hasta el punto de haber aislado el gen responsable por el envejecimiento del ser humano, permitiendo que todo mundo siga luciendo como de 25 años una vez rebasada esa edad.

Obviamente no todo puede ser tan fácil, pues la inmortalidad sería insostenible en un mundo con espacio y recursos limitados, por lo que existe un mecanismo de control. El tiempo es la mayor comodidad y como tal ha reemplazado al dinero como moneda de cambio. Al momento de nacer cada individuo es equipado con un reloj en el antebrazo, el cual indica el tiempo que le queda. El reloj marca un año y empieza a correr de manera regresiva al cumplir los veinticinco años.

La clase trabajadora rara vez tiene más de veinticuatro horas en su reloj, obligados a vivir, literalmente, día a día. Will Salas (Justin Timberlake), un obrero en una fábrica de cápsulas de tiempo. Will vive con su madre (Olivia Wilde) y, como casi todo mundo, apenas se las arreglan para sobrevivir. Todo cambia la noche en que Will se arriesga para salvar la vida de Henry Hamilton (Matt Bomer), un acaudalado hombre de más de cien años de edad y quien porta en su reloj más de un siglo. Hamilton está a punto de ser asaltado, pero Will lo ayuda a escapar y lo esconde durante la noche.

Hamilton explica a Will la forma en que funciona el sistema y lo hace entender porque resulta injusto que haya inmortales cuando tanta gente no consigue sobrevivir siquiera el tiempo que sería una vida natural. Mientras Will duerme, Hamilton le transfiere casi todo su tiempo, dejando apenas unos minutos para alejarse de ahí. Junto con su inesperado regalo, Hamilton deja a Will un mensaje: "No desperdicies mi tiempo".

Will no sabe que hacer pero tiene algunas ideas. Lo primero es encontrarse con su madre para compartir su fortuna y buscar un lugar donde vivir lejos de la miseria que los ha rodeado toda su vida. Sin embargo, los constantes incrementos en el costo de la vida le juegan una mala pasada y su madre fallece ante él antes de que pueda compartir tiempo con ella. Decidido a hacer algo por cambiar el sistema, Will se dirige a New Greenwich, la ciudad más grande e importante y donde solo los ricos pueden vivir.

Decidido a hacer lo posible por acabar con el sistema, Will va a un casino y pronto multiplica su fortuna. Así conoce a Philipe Weis (Vincent Kartheiser), uno de los hombres más ricos del mundo, y a su atractiva hija, Sylvia (Amanda Seyfried). Durante una fiesta en casa de los Weis, Will es arrestado por el Guardián del Tiempo Raymond Leon (Cyllian Murphy), como sospechoso del homicidio de Hamilton.

Will escapa y toma a Sylvia como rehén, llevándola hasta su viejo vecindario. Ella está horrorizada al ver las condiciones en que vive la gente, y cuando descubre la mezquindad de su padre opta por quedarse con Will y hacer lo que pueda para destruir el sistema. Pronto se convierten en asaltantes de bancos, de donde sacan las cápsulas de tiempo para repartirlas entre la gente pobre, lo que los pone entre los criminales más buscados en varias ciudades.

Como ya es costumbre en las películas de Niccol, la historia está llena de ideas, pero en este caso la mayoría de ellas no están del todo aterrizadas y el resultado es la película más floja del director. En general la película parece tener piernas para sostenerse y correr con algunas de sus descabelladas ideas, pero una vez que la historia se convierte en una versión futurista de Bonnie & Clyde ya no hay forma de rescatarla.

Las actuaciones en general son bastante buenas, pues a pesar de no tratarse ni de lejos del mejor trabajo que he visto de ninguno de los involucrados, todos ellos realizan un trabajo bastante sólido. Mi único pero en ese aspecto sería con la pareja protagónica, pues a pesar de que ambos realizan actuaciones cumplidoras, no puedo recordar cuando fue la última vez que vi una película donde los protagonistas sufriesen de semejante carencia de química entre ellos. Supongo que eso es lo que hace que el último tercio de la película falle de tan mala manera, pues su relación toma punto central en el desarrollo de la historia y simplemente no funciona.

Lástima por Niccol, quien no trabaja tan a menudo y me había acostumbrado a un estándar de calidad que en esta ocasión no pudo cumplir. Aún así, se trata de una película medianamente entretenida que puede servir para pasar el rato. Eso no tendría nada de malo, de no ser por el hecho de que claramente la intención era exponer ideas y jugar con ellas dentro de una historia.

Recomendada, pero con bastantes reservas.

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