La mañana de ayer falleció en el Reino Unido uno de los escritores más influyentes y aclamados de la segunda mitad del siglo pasado, J. G. Ballard. Conocido mayormente por las adaptaciones cinematográficas de dos de sus novelas -Empire of the Sun (1987) y Crash (1996), dirigidas por Steven Spielberg y David Cronenberg, respectivamente-, Ballard acumuló un volumen de trabajo tan distintivo en sus temas y estilo que suele utilizarse el adjetivo ballardian (ballardiano) para describir obras con temas similares.
Su prosa era limpia y elegante y el tema principal en sus obras no autobiográficas era la distopía, gustando de explorar habitats creados por el hombre pero carentes de humanidad, zonas de desastre ecológico y/o tecnológico donde la soledad era el menor de los problemas. Su infuencia se siente no solo en muchos autores recientes, si no también en artistas plásticos y músicos, sirviendo a muchos de ellos como inspiración para la creación de diversas obras.
Entre los grupos que acusan un marcado toque ballardiano en su música se encuentran algunas de mis bandas británicas favoritas: Joy Division, Radiohead, Suede, y los Manic Street Preachers, entre algunos otros, lo que me lleva a suponer que bien podría existir alguna relación entre el gusto por las obras del autor y de estos músicos en particular.
Tristemente no he leído todo lo que quisiera de Ballard, y aún cuando he ido consiguiendo algunas de sus novelas aún me falta mucho por encontrar, especialmente en lo que se refiere a colecciones de cuentos. Hace algunos días estuve a punto de empezar a leer The Crystal World, pero a fin de cuentas lo regresé a la pila de pendientes optando por leer antes Terminal Man, de Michael Crichton. Dadas un par de experiencias previas quizás es mejor no haber estado leyendo una de sus obras al momento de su muerte.
Sin duda su muerte representa una gran pérdida para la literatura mundial, pero deja tras de si un enorme legado en sus más de veinte novelas y decenas de cuentos.
Descanse en paz.
Su prosa era limpia y elegante y el tema principal en sus obras no autobiográficas era la distopía, gustando de explorar habitats creados por el hombre pero carentes de humanidad, zonas de desastre ecológico y/o tecnológico donde la soledad era el menor de los problemas. Su infuencia se siente no solo en muchos autores recientes, si no también en artistas plásticos y músicos, sirviendo a muchos de ellos como inspiración para la creación de diversas obras.
Entre los grupos que acusan un marcado toque ballardiano en su música se encuentran algunas de mis bandas británicas favoritas: Joy Division, Radiohead, Suede, y los Manic Street Preachers, entre algunos otros, lo que me lleva a suponer que bien podría existir alguna relación entre el gusto por las obras del autor y de estos músicos en particular.
Tristemente no he leído todo lo que quisiera de Ballard, y aún cuando he ido consiguiendo algunas de sus novelas aún me falta mucho por encontrar, especialmente en lo que se refiere a colecciones de cuentos. Hace algunos días estuve a punto de empezar a leer The Crystal World, pero a fin de cuentas lo regresé a la pila de pendientes optando por leer antes Terminal Man, de Michael Crichton. Dadas un par de experiencias previas quizás es mejor no haber estado leyendo una de sus obras al momento de su muerte.
Sin duda su muerte representa una gran pérdida para la literatura mundial, pero deja tras de si un enorme legado en sus más de veinte novelas y decenas de cuentos.
Descanse en paz.
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