julio 10, 2009

Transformers: The Revenge of the Fallen

No puedo pensar en una sola instancia donde si alguien me preguntase acerca de mis directores favoritos, los que más me mueven o divierten, o simplemente aquellos que son capaces de generarme alguna reacción emocional, donde pudiera pensar en Michael Bay. Y lo mismo va hacia el lado negativo, pues no me parece que ninguna de las películas que ha dirigido hasta la fecha sea realmente mala, simplemente me parece que van dirigidas a un público con gustos e intereses muy diferentes a los míos, por lo cual suelo evitar -o al menos dejar pasar de largo- sus películas. Dicho lo anterior, debo confesar que The Rock (La Roca) me divirtió mucho cuando la vi, hace... uh, unos doce años. Espero que haya envejecido bien.

Lo que nos lleva a Transformers: The Revenge of the Fallen. Hace un par de años le dediqué medio post a la primera parte -¿medio post? ¿de verdad tenía tanto que escribir que no le podía dedicar uno propio?- explicando que nunca fui aficionado ni a los juguetes ni a las diferentes series animadas que componen la franquicia, y las razones por las que había ido a ver la película. Todo lo dicho entonces aplica del mismo modo para esta secuela. El combo Spielberg+Bay+FranquiciaJuguetera no puede buscar otra cosa que generar una enfermiza cantidad de eye-candy para vender cuantos productos licenciados y juguetes sea posible, y ni siquiera había el añadido de un guión parcialmente escrito por John Rogers o algún otro guionista que gozase de mi simpatía.

Entonces, ¿por qué fui a ver Transformers: The Revenge of the Fallen?

La única respuesta honesta que puedo ofrecer es: por morbo. Se especuló tanto sobre el mayor presupuesto, sobre triplicar la cantidad de robots que aparecen en la película, sobre los elaborados efectos digitales y la capacidad de proceso de imágenes requerida para completar la película, e incluso sobre un posible conflicto entre Megan Fox y Michael Bay, y finalmente sobre la película misma, estrenada en EU algunos días antes que en México, que no me pude aguantar las ganas de ver a que se debía tanto ruido.

La película tiene todos los ingredientes que uno esperaría de un blockbuster veraniego impulsado por uno de los combos más poderosos e influyentes de Hollywood, los ya mencionados Steven Spielberg y Michael Bay: un protagonista carismático y de moda, una chica sexy y de moda, un director conocido por sus excesos visuales, efectos digitales al por mayor, y la mayor cantidad de explosiones que es posible distribuir en casi dos horas y media de película. Los villanos son viles y ruines, los héroes son heróicos, las chicas (ahora hay más de una) son preciosas y los robots lucen bastante reales y verdaderamente gigantescos.

¿Qué más se puede pedir?

Se me ocurren varias cosas: una historia interesante y entretenida, y si puede ser coherente y congruente, mejor. Actores. De verdad, más preocupados por su trabajo que por su aspecto (aunque probablemente aquí sea máas culpa del director y del guión que de los mismos intérpretes. Un mínimo desarrollo de personajes, al menos suficiente como para identificarse con los protagonistas. Creo que con eso bastaría.

La verdad es que la película no es buena, aunque no llega a ser realmente mala, pues en su defensa hay que señalar que mantiene una cierta congruencia interna: la historia es intencionalmente boba y el humor raya en el pastelazo, pero es así desde el primer momento. Me viene a la cabeza un comentario que Felipe Sobreiro hizo acerca de la película: "si piensas que entretenimiento es igual a dos horas de chatarra brillante volando por los cielos, esta película es para ti". Mejor no lo pude haber expuesto yo. Lo he dicho antes respecto a otras películas, pero ahí voy de nuevo. Si van al cine con la idea de ver una película inteligente, humana, llena de sentimientos y/o valores que represente una experiencia emocionalmente satisfactoria, y terminan sentados en una sala donde se exhibe Transformers: TROTF, necesitan ser más cuidadosos a la hora de elegir su película frente a la taquilla.

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