En múltiples ocasiones he comentado sobre lo complicado que me ha sido encontrar tal o cual libro, o también me he quejado de lo problemático que resulta encontrar libros en inglés, sobre todo si se trata de literatura de género, así que esta vez, para cambiar, comentaré un libro que compré hace un par de años y que desde entonces estaba en la inmensa pila de pendientes esperando que me fijase en él y lo dejara acercarse a la cima. He de confesar que cuando lo compré no tenía idea de la premisa del libro ni estaba familiarizado con el autor. La razón para adquirirlo fue que constantemente lo veía listado entre las mejores novelas de ciencia ficción y que además sabía que había ganado el Hugo como Mejor Novela, y en mi experiencia los Hugo siempre han sido una garantía de calidad.
Así que mientras trataba de decidir que leer a continuación, accidentalmente tiré algunos libros al piso y de entre ellos me llamó la atención la portada de A Canticle for Leibowitz (mi copia es como la que se ve a la derecha de este texto), pues hay que reconocer que no es una imagen que uno asocie de manera inmediata con la ciencia ficción.
La novela está dividida en tres partes, tituladas Fiat Homo, Fiat Lux, y Fiat Voluntas Tua, respectivamente. Se trata de frases en latín que quieren decir Hagase el Hombre, Hagase la Luz, y Hagase Tu Voluntad. Si esos títulos y la portada del libro no son suficiente como para darse cuenta de que la religión juega un papel importante en el libro creo que es hora de que se tomen un descanso de lo que están haciendo para respirar y hacer consciencia de su pobre capacidad de observación.
La historia transcurre en un futuro post-apocalíptico. La primera parte tiene lugar 600 años después de que la civilización fuese destruída en la segunda mitad del siglo XX por una guerra nuclear. Según se nos explica, los sobrevivientes a la guerra culpaban a los científicos y se desató una oleada de violencia contra cualquier muestra de conocimiento o tecnología, durante la cual se llevaron a cabo quemas masivas de libros y linchamientos, primero de científicos, y después de cualquier persona culta o con educación. Como resultado de esta era de "simplificación", la humanidad se encuentra nuevamente sumida en una era oscura.
Tal como ha ocurrido varias veces en el pasado, la Iglesia se convirtió en el último refugio del legado cultural de la humanidad, recolectando y escondiendo libros con la idea de preservarlos para futuras generaciones. Isaac Leibowitz era un ingeniero eléctrico del siglo XX cuyo trabajo parece haber estado ligado a alguna instalación militar previo al cataclismo nuclear. Sobreviviente a la catástrofe, Leibowitz se convirtió al catolicismo y fundó una orden religiosa, dedicada por entero a preservar cualquier libro que pudiesen encontrar, ya fuese escondiéndolos, copiándolos, o incluso memorizándolos.
La novela sigue en todo momento a los miembros de la Orden de Leibowitz. En la primera parte, un anciano vagabundo -de quien se da a entender que podría ser el mismo Leibowitz, o quizás el Judío Errante, o incluso ambos- se encuentra con uno de los monjes de la Orden y discretamente le proporciona los medios para encontrar los restos de un refugio nuclear donde encuentran documentos pertenecientes a Leibowitz, hallazgo que ayuda a mover los planes para la canonización del fundador de la Orden.
En la segunda parte, seiscientos años más tarde, Leibowitz ya es un santo y la humanidad parece estar lista para recibir su herencia cultural. Se vive un renacimiento de la ciencia y el conocimiento, y los textos preservados por la Orden tendrán un lugar muy importante en el desarrollo de esta nueva civilización, aunque la sombra de la guerra se empieza a cernir sobre el antiguo monasterio. Desde una colina cercana, el viejo judío observa con pesar el desarrollo de los eventos, esperando la llegada de alguien que pueda terminar con el círculo vicioso.
Finalmente, la tercera parte tiene lugar varios siglos más tarde, cuando la humanidad ha alcanzado un desarrollo científico y tecnológico más avanzado que el existente antes del cataclismo nuclear. Existen colonias en otros mundos y todo sería perfecto salvo por el estado constante de belicosidad y confrontación existente en la Tierra. ¿Será posible que la humanidad sea capaz de incurrir dos veces en el mismo error y arrasar con toda la civilización?
Siempre he pensado que las mejores piezas de arte son un fiel reflejo del mundo que las vio nacer, y leyendo A Canticle for Leibowitz es imposible negar el hecho de que fue escrita durante uno de los periodos más oscuros y pesimistas de la Guerra Fría, cuando la carrera armamentista y el desarrollo de las armas nucleares eran justificados bajo el estúpido principio más tarde conocido como MAD (Mutually Assured Destruction - Destrucción Mutua Asegurada), según el cual lo único que impedía que cualquiera de los dos bandos decidiese lanzar un ataque nuclear sobre sus enemigos era el conocimiento de que éstos poseían armamento similar y podrían contraatacar instantáneamente. Como dije antes, una estupidez apropiadamente conocida con esa siglas (Mad = Demente).
Me llamó poderosamente la atención la forma en que Miller emplea a la Iglesia en la historia, pues lo hace sin compromisos de ninguna clase. Elogia la capacidad de organización y compromiso de la institución religiosa, pero critica e incluso se mofa de la facilidad con que se le puede manipular. Sin necesidad de predicar con su texto o dar a entender de manera directa que hay un plan divino detrás de todo, Miller se las ingenia para crear situaciones en que las cosas que pasan pueden ser simples casualidades o coincidencias, del mismo modo que pudieran ser interpretadas como designios de un poder superior. A fin de cuentas la novela trata sobre el hombre y su naturaleza inherentemente egoísta y violenta, sobre la soberbia con que se siente amo y señor del planeta y, sobre todo, sobre su cerrazón y ceguera, sobre esa indescriptible habilidad para tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Altamente recomendada.
Así que mientras trataba de decidir que leer a continuación, accidentalmente tiré algunos libros al piso y de entre ellos me llamó la atención la portada de A Canticle for Leibowitz (mi copia es como la que se ve a la derecha de este texto), pues hay que reconocer que no es una imagen que uno asocie de manera inmediata con la ciencia ficción.
La novela está dividida en tres partes, tituladas Fiat Homo, Fiat Lux, y Fiat Voluntas Tua, respectivamente. Se trata de frases en latín que quieren decir Hagase el Hombre, Hagase la Luz, y Hagase Tu Voluntad. Si esos títulos y la portada del libro no son suficiente como para darse cuenta de que la religión juega un papel importante en el libro creo que es hora de que se tomen un descanso de lo que están haciendo para respirar y hacer consciencia de su pobre capacidad de observación.
La historia transcurre en un futuro post-apocalíptico. La primera parte tiene lugar 600 años después de que la civilización fuese destruída en la segunda mitad del siglo XX por una guerra nuclear. Según se nos explica, los sobrevivientes a la guerra culpaban a los científicos y se desató una oleada de violencia contra cualquier muestra de conocimiento o tecnología, durante la cual se llevaron a cabo quemas masivas de libros y linchamientos, primero de científicos, y después de cualquier persona culta o con educación. Como resultado de esta era de "simplificación", la humanidad se encuentra nuevamente sumida en una era oscura.
Tal como ha ocurrido varias veces en el pasado, la Iglesia se convirtió en el último refugio del legado cultural de la humanidad, recolectando y escondiendo libros con la idea de preservarlos para futuras generaciones. Isaac Leibowitz era un ingeniero eléctrico del siglo XX cuyo trabajo parece haber estado ligado a alguna instalación militar previo al cataclismo nuclear. Sobreviviente a la catástrofe, Leibowitz se convirtió al catolicismo y fundó una orden religiosa, dedicada por entero a preservar cualquier libro que pudiesen encontrar, ya fuese escondiéndolos, copiándolos, o incluso memorizándolos.
La novela sigue en todo momento a los miembros de la Orden de Leibowitz. En la primera parte, un anciano vagabundo -de quien se da a entender que podría ser el mismo Leibowitz, o quizás el Judío Errante, o incluso ambos- se encuentra con uno de los monjes de la Orden y discretamente le proporciona los medios para encontrar los restos de un refugio nuclear donde encuentran documentos pertenecientes a Leibowitz, hallazgo que ayuda a mover los planes para la canonización del fundador de la Orden.
En la segunda parte, seiscientos años más tarde, Leibowitz ya es un santo y la humanidad parece estar lista para recibir su herencia cultural. Se vive un renacimiento de la ciencia y el conocimiento, y los textos preservados por la Orden tendrán un lugar muy importante en el desarrollo de esta nueva civilización, aunque la sombra de la guerra se empieza a cernir sobre el antiguo monasterio. Desde una colina cercana, el viejo judío observa con pesar el desarrollo de los eventos, esperando la llegada de alguien que pueda terminar con el círculo vicioso.
Finalmente, la tercera parte tiene lugar varios siglos más tarde, cuando la humanidad ha alcanzado un desarrollo científico y tecnológico más avanzado que el existente antes del cataclismo nuclear. Existen colonias en otros mundos y todo sería perfecto salvo por el estado constante de belicosidad y confrontación existente en la Tierra. ¿Será posible que la humanidad sea capaz de incurrir dos veces en el mismo error y arrasar con toda la civilización?
Siempre he pensado que las mejores piezas de arte son un fiel reflejo del mundo que las vio nacer, y leyendo A Canticle for Leibowitz es imposible negar el hecho de que fue escrita durante uno de los periodos más oscuros y pesimistas de la Guerra Fría, cuando la carrera armamentista y el desarrollo de las armas nucleares eran justificados bajo el estúpido principio más tarde conocido como MAD (Mutually Assured Destruction - Destrucción Mutua Asegurada), según el cual lo único que impedía que cualquiera de los dos bandos decidiese lanzar un ataque nuclear sobre sus enemigos era el conocimiento de que éstos poseían armamento similar y podrían contraatacar instantáneamente. Como dije antes, una estupidez apropiadamente conocida con esa siglas (Mad = Demente).
Me llamó poderosamente la atención la forma en que Miller emplea a la Iglesia en la historia, pues lo hace sin compromisos de ninguna clase. Elogia la capacidad de organización y compromiso de la institución religiosa, pero critica e incluso se mofa de la facilidad con que se le puede manipular. Sin necesidad de predicar con su texto o dar a entender de manera directa que hay un plan divino detrás de todo, Miller se las ingenia para crear situaciones en que las cosas que pasan pueden ser simples casualidades o coincidencias, del mismo modo que pudieran ser interpretadas como designios de un poder superior. A fin de cuentas la novela trata sobre el hombre y su naturaleza inherentemente egoísta y violenta, sobre la soberbia con que se siente amo y señor del planeta y, sobre todo, sobre su cerrazón y ceguera, sobre esa indescriptible habilidad para tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Altamente recomendada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Opiniones, quejas, comentarios?